Memorias de un microbio
por Israel Crens
Con el transcurrir de las décadas podemos llenar volúmenes enteros dedicados a bandas, duetos, tríos, solistas, hombres, mujeres que han exaltado nuestros sentimientos y emociones hasta la médula.
Para el caso de las generaciones vintage, podemos establecernos un poco desde los años 50 y 60. La generación siguiente fue moldeada con las reminiscencias del ácido lisérgico, la época post-beatle y el comienzo del glam, la música disco y el punk.
Esas épocas glitter, beatnick, y proto punk desembocaron en la década de los años 80. Ya instalados en la entrada del new wave y el new romantic, el synth pop, heavy metal, high energy y demás variantes de unos tiempos de cambio tan únicos. Que hasta ahora nos ha perdurado en la razón su quemadura, cual relámpago implacable nos electrocutó la cabeza en el pasado.
Fieles testigos del paso implacable del tiempo, la erosión innegable de nuestra presencia por el mundo, hemos sido bendecidos con ver el paso de leviatanes y colosos en la música. Y no sólo eso. Crecer con ellos, a la saga. Ya sea que uno tuviera incipientes 10 años, reconocías los colores de los trajes del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Sabías que esa banda te había marcado por alguna u otra razón.
La irreverencia de Jim Morrison y The Doors, la majestuosidad de sus Satánicas Majestades The Rolling Stones. El glam y la parafernalia desmedida de un hard rock show como KISS. La armonía vocal, tesitura e inigualable composición de los Bee Gees que hicieron bailar a más de uno en una pista de baile multicolor.
Todo tiene un principio y un final. Unos, una reunión esperada que jamás llegó por alguna tragedia como el caso de The Beatles y otros, con un fin apoteósico como Queen. Algunos venerados en vida y llorados amargamente por su abrupta partida como David Bowie o la desintegración absoluta pero memorable hasta las lágrimas de “una última vez”, como Pink Floyd en aquél lejano Live 8 (2005) en Londres.
¿A dónde nos dirigimos con todo esto? A que los recuerdos están firmemente enlazados a algo que es perenne, pero que nuestra mente al transcurrir los años, lo olvida. Hasta que un viejo perfume, de una flor, de alguna comida, de la simple humedad del encierro de un libro olvidado, un sitio o una simple imagen nos trasladan cual centella al pasado. A la nostalgia.
Unas veces para bien nos trae alegría, en otras ocasiones tristeza y en otras una inexorable sensación de incertidumbre y/o satisfacción de que debimos o hicimos lo correcto o lo indebido. ¿Quién es juez y parte? No se puede ambas. Joaquín Sabina en su lírica excelsa asentó: “Que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.
Contundente y simple. Nosotros difícilmente tenemos control de las emociones en cuanto a añoranza se refiere. Las emociones fluyen en el instante en que algo las evoca y son apabullantes. ¿Entonces para qué detener su avance en el sistema emocional? El pasado es el mejor maestro que tenemos de lo que somos ahora, y si a ello le añadimos música, obras, literatura, pintura, y cualquiera de las artes que nos rodean estaremos completos en cierta medida.
La redada de la madurez estuvo completa cuando fuimos capaces de discernir qué haríamos cuando fuéramos mayores. ¿Presidente de la nación? Miguel Mateos era un buen ejemplo a seguir. Guitarra en mano y proclamar la libertad y el rock por doquier. Pero no era suficiente. Se necesitaba una soda efervescente y en estéreo para aderezar los cambios que suponían un asentamiento cultural necesario. Un cambio multicolor de cabello, de tempos, de lírica.
Tears for Feras eran unos visionarios de tiempos turbulentos por venir y profetas atemporales. Unos podían hacerse al autoritarismo contundente de The Police a principio de los años 80, azotar los principios y buenas costumbres de la nueva década de los 80 con Devo. Abrazar el cálido y escandaloso beat electrónico intermitente de Divine que despertaba una nueva forma de expresión y aceptación cultural.
Aunque a todo esto es menester hacer mención de los anticuados, los old-fashioned que preservan la balada románica, el cálido establishment post-revolucionario que es bien reflejado por artistas como The Carpenters o Air Supply. ¿Condenable? No en absoluto. Todo ha formado parte del sentir, padecer y desarrollo generacional a través de los años.
Hoy vemos cosas que a muchos nos parecieron geniales y que formaron un estereotipo de nuestra forma de ser, de nuestra persona. Las generaciones nuevas puede que nos parezcan un poco extraviadas, pero son cambios necesarios. Obviamente unos buenos y otros desafortunados. Y sin embargo seguimos viendo al hombre en la luna cual sueño inalcanzable cuando ponemos expectativas propias en las ajenas. ¿Error o acierto?
Dentro de nuestras introspecciones podemos pasar lista desde “Heartbreak Hotel” , un "Don't Go Away", "Complicated" y un soberbio “Sign of the Times”. ¿Qué encontramos? Un espejo… un reflejo brutal, candente y satisfactorio. Aquellos que han retoñado pueden observar semejantes cambios en sus hijos y no hay nada de que sorprenderse.
Regresamos al tiempo en que anhelábamos cierto acetato recién editado y que ya estaba a la venta en la estantería de la tienda de discos de la plaza más cercana. El nuevo producto para el cabello, la marca de ropa en boga. ¿Somos distintos?
Sólo en ideología. Los tiempos son implacables y absolutos. Aquellos que se estancan en una época determinada de nuestra línea de tiempo preestablecida están desfasados por consecuencia. Entonces disfruta, convive, relaciona y compara lo que viviste y lo que aún te está tocando presenciar.
La diversidad es un talento que debe ser alabado en el amplio espectro de las artes y emociones. Pues los avenidos al buen gusto y la admirable percepción del humano, no somos meras bacterias unicelulares en la escala evolutiva del saber vivir bien y feliz.
Israel Crens
De Culto
Walnut Street Ediciones ®
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